MARAGATOS, LEONESES Y CASTELLANOS EN VILALBA A FINALES DEL SIGLO XIX
Por Xosé Antonio Pombo Mosquera
Desde hace tiempo venimos insistiendo en la importancia que tuvieron en Vilalba y su comarca los emigrados retornados que desde Cuba trajeron otras ideas, nuevas costumbres y diferentes modos constructivos en los últimos decenios del siglo XIX y en los primeros del XX. También fue relevante la importancia de los no retornados que aportaron recursos para ayudar a las familias, edificar escuelas modélicas, reconstruir altares y dignificar cementerios. Fue un proceso que se inició después de 1855 y 1856, años en los que las raquíticas cosechas de cereales provocaron hambrunas y necesidades de buscar fortuna en tierra lejana.
Pero las transformaciones sociales y económicas de este período de tiempo no se comprenderían por completo si no tenemos en cuenta, también, las aportaciones que trajeron gentes venidas de más allá del Bierzo.
Los maragatos
Al tiempo que vilalbeses marchaban a tierras americanas, a Vilalba y sus proximidades llegaban gentes que de antiguo atravesaban los caminos de la comarca. Se dedicaban estos a comprar y vender mercancías que transportaban y que cubrían nichos de negocios no atendidos por los propios habitantes del país. Eran los maragatos.
Procedían de La Somoza, Maragatería, comarca al suroeste de Astorga donde muchos hombres, ya desde el siglo XVI tenían como forma de negocio el traer y llevar, comprar y vender, diversos productos que movían en recuas de mulos. Como transportistas eran muy apreciados por su formalidad, fieles a la palabra dada y puntuales en las entregas. Como grupo tenían, entre otras, la costumbre de casarse entre parientes y de que las personas viudas buscasen nuevo matrimonio con parientes de la difunta. Se lograba así que el patrimonio no se dispersase y que la riqueza acumulada se quedase dentro del parentesco. Al ser sociedades relativamente cerradas no resulta extraño el ver apellidos repetidos en grupos familiares y que todos ellos tuviesen, y todavía hoy tienen, conciencia de pertenecer a un mismo grupo social y que utilicen esta cualidad para hacerla valer cuando se trata de negocios o empleos.
El período de máxima actividad de los maragatos por los caminos de Galicia se produjo en la segunda mitad del siglo XVIII y en el XIX. Traían mercancías de la propia Maragatería, del Bierzo, de Castilla en general e incluso de más allá: mantas y tejidos de lana, vino y aguardiente, aceite, miel, azúcar, queso de oveja… y también admitían encargos de negocios, como el cobrar deudas, que se les hiciesen. Llevaban de vuelta, desde el interior y desde los puertos gallegos, carne salada y sobre todo pescado tanto en conserva, en salazón o seco. Aparecían en primavera, cuando crecían los días y disminuían las lluvias. Eran tiempos en los que los caminos de Galicia, algunos llamados reales, se enfangaban en invierno, tenían trazados sinuosos y para el transporte de mercancías sólo admitían los carros del país y los animales de carga.
Conscientes de la importancia de las buenas comunicaciones para el progreso de las gentes, a partir de 1860, atendiendo demandas populares, las autoridades locales y provinciales se ocuparon de renovar los firmes, reconstruir los puentes y consolidar los pasos de ríos cuando el caudal no era elevado.
Tras las recuas de mulos, poco a poco, fueron llegando los carromatos que, cubiertos de toldos, provistos de ruedas de grandes radios y de ejes elevados, tirados por caballos o mulos, eran más ligeros y por lo tanto más rápidos y con mayor capacidad de carga, lo que se traducía en el abaratamiento de los transportes. Todo esto sucedía al tiempo que la comarca vilalbesa conocía un despegue comercial en el que las ferias y mercados eran los puntos de negocios y permitían la llegada de riqueza a los propios del país.
Los maragatos contribuyeron a potenciar el comercio al distribuir productos que venían de lejos y que demandaban los habitantes de los territorios a los que llegaban. Al mismo tiempo permitían la exportación de otros productos que, más o menos excedentes, permitían el acceso al tan necesario numerario para otro tipo de transacciones.
Hacia 1910. Caballos y mulas eran usadas en el trasporte. El cruce de la carretera de Ferrol-Puente de Rábade con la que unía Baamonde y Vilalba
La llegada del ferrocarril
Debemos recordar que los maragatos arrieros eran los vecinos más acomodados de sus lugares de origen, los que allí construyeron casas de piedra que distribuían las dependencias en torno a un patio central, que se cubrían de teja y a las que se accedía por portalones delimitados por arcos de medio punto. Son las edificaciones que más se conservan en nuestros días. Completaban la economía de la casa con agricultura cerealística de rotación bianual y con ganadería menor que se alimentaba en los barbechos. Un arriero medio disponía de entre cinco y ocho mulos con los que recorría unos 15 km diarios y necesitaba de lugares adecuados, mesones o tabernas, donde descansar hombre y bestias además de proteger las mercancías.
Pero el sistema de transporte maragato no pudo competir con la llegada del ferrocarril. Recuérdese que el tren llegó a Astorga en 1866, que el tramo A Coruña-Lugo fue inaugurado en 1875 y que, de la Meseta, desde Venta de Baños-Palencia vía León, Astorga y Ponferrada, llegó a Monforte de Lemos en 1883, año en el que el propio rey Alfonso XII inauguró en trazado completo. El viaje Madrid-A Coruña sólo duraba veintiséis horas, tiempo breve si lo comparamos con las diez o doce jornadas que necesitaban los carromatos para completar las 100 leguas, 572 km, que separaban las dos ciudades.
Los arrieros maragatos, conscientes de que no iban a poder competir con el ferrocarril, conocedores de los caminos que frecuentaban, sabedores de las costumbres del país y de las necesidades de sus habitantes, decidieron establecerse en lugares apropiados para el comercio con el mismo tipo de mercancías con que ya negociaban. Las villas y lugares donde se celebraban ferias eran lugares apropiados al igual que lugares intermedios, preferiblemente en cruces, de los caminos de los mercados.
La estación de Baamonde en la actualidad
En Vilalba y sus proximidades la estación ferroviaria de Baamonde era la referente de cargas y descargas. Desde su estación los carros y las carretas, y más adelante los automóviles, llevaban y traían todo tipo de mercancías y viajeros que se distribuían por la comarca. Allí confluían las carreteras que iban a A Coruña y Lugo, y a La Meseta, con la que se dirigía a Mondoñedo y a la Mariña Luguesa. También la estación de Rábade servía de referente sobre todo para el comercio del vino que, en enormes toneles de setecientos litros, llegaban del Bierzo, de Ribadavia vía Ourense y, sobre todo, de La Mancha. Al pie de estos caminos se establecieron maragatos que tenían el nicho de negocios en los productos de alimentación, en las comidas y que servían, además, de paradas referentes en los transportes. Algún lector recordará, además de las casas maragatas de la propia Vilalba como la de Francisco Nistal, la de Martín Seco o la de Juan Francisco Criado, aquellas otras que se emplazaban junto a carreteras como en Torre, en A Parrocha-Nete, en Gaibor, en Muimenta o en Abadín.
Hacia 1910. La plaza Mayor o de la Constitución o de Santa María
Los Criado Mendaña
Los maragatos empezaron a establecerse en la comarca vilalbesa en la década de 1870. Fue en esos años cuando llegó a A Parrocha-Nete el matrimonio formado por Pedro Criado Martínez y Victoria Mendaña Otero puede que los primeros en iniciar el negocio en la comarca y arquetipo de maragatos. Él había nacido en 1847 en Quintanilla de Somoza, municipio de Luyego, a unos 20 km de Astorga. Este ayuntamiento tenía en aquel tiempo unos 1600 habitantes, pasó por un máximo de 2.660 en el 1900 y hoy no llega a los 800 distribuidos en seis pueblos. Por la esquela de la muerte de Pedro, acaecida el 4 de octubre de 1927 a los 80 años, sabemos que habían tenido trece hijos.
En la actualidad, casa donde iniciaron la actividad comercial los Criado Mendaña. A Parrocha, Nete, Vilalba
Continuando con la tradición, un hijo de Pedro y Victoria, Bernardo Criado Mendaña, se casó con una maragata, Elena Nistal Nistal, hija de Miguel Nistal Frade y de Luísa Nistal Nieto, y ambos figuran establecidos en el comercio vilalbés en 1921. De este matrimonio Criado-Nistal hubo nueve hijos y se recordará uno de ellos, Luis Criado Nistal, hombre paciente que durante años fue el revisor de la empresa Ribadeo, fundada por maragatos, en el coche que a diario iba y venía a Lugo y que un vecino allá por 1950 bautizó como El Shangai después de admirar a Rita Hayworth en la película La dama de Shangai. Continuando con la tradición maragata el Shangai en sus viajes vespertinos tenía rígida puntualidad, llegaba a las 21 horas y la velocidad del automóvil por las rectas de Damil o las cuestas de Trobo se adecuaba al horario que debía cumplir.
Luís Criado Nistal y hermanas, hacia 1942-1943, en Vilalba, en el cruce de la carretera que se dirigía a Rábade con la que se dirigía a Meira, todavía sin asfaltar
Otro de los hijos de Pedro y Victoria, Juan Francisco, se estableció en Campo de Puente de Vilalba, se casó con una maragata, Elena de la Fuente, y los descendientes tuvieron negocio de maquinaria agrícola en las décadas de 1970 y 1980.
De Teresa Criado Mendaña, casada con José Novo, no maragato, descienden los actuales propietarios de la casa de La Parrocha donde los iniciadores de la saga empezaron la actividad mercantil.
Otros hijos, Marcelino y Ángel Criado Mendaña se trasladaron a la vecina parroquia de Noche y en ella continúan sus descendientes dedicados a varias y diversas ocupaciones.
Fue en la tercera generación, aunque ya se iniciara en la segunda, cuando se perdió la costumbre de casar entre parientes y cuando se diversificaron los oficios de las numerosas proles que adornaban estos matrimonios. Siguiendo algunos documentos, noticias aisladas y sobre todo la memoria colectiva, podemos afirmar que el matrimonio Criado-Mendaña, que ya va por la sexta generación, es responsable de que muchos vilalbeses, de la villa y del rural, compartan alguna genética y conserven sentimientos de pertenencia a un linaje iniciado hace ciento cincuenta años.
Los Nistal Reñones
El matrimonio de Francisco Nistal Reñones y Dominga Reñones Alonso se estableció en Vilalba hacia 1905. Al igual que otros maragatos, disponían de capital suficiente para construir casa propia. Para edificarla eligieron un solar adecuado al negocio que iban a desarrollar, en un tramo de calle donde se concentraban los principales negocios de la villa: era en la llamada carretera, tramo urbano donde confluían los caminos de Ferrol-Puente de Rábade, el de Baamonde (A Coruña)-Vilalba, el de Rábade (Lugo)-Vilalba y el de Vilalba-Mondoñedo (Mariña Luguesa). En sus proximidades se iniciaban los de Vilalba-Betanzos y el de Vilalba-Meira. Esta concentración de vías de comunicación favorecería el intercambio de productos del campo, finalidad del negocio emprendido.
La casa fundada por Francisco Nistal Reñones y Dominga Reñones en el año 2019 y tras el incendio que la destruyó la noche del 6 al 7 de junio de 2021
Durante muchos años la casa Nistal-Reñones fue referente arquitectónico al igual que otras que promovían los habaneros ricos. Se mantuvo en pie desde que fue edificada hacia 1915 hasta que la destruyó un desgraciado incendio en junio del año 2021. Era un edificio de traza modernista, de posible diseño de Cobreros, pensado para albergar el negocio de compraventa de productos del campo. La distribución interior del mismo consistía en un sótano ventilado donde se mantenían temperaturas adecuadas para almacenar carnes saladas y curadas, un bajo donde se emplazaban, separados, el despacho de productos y la cocina y comedor de los moradores, una planta alta de habitaciones y un desván con suficiente altura para ser habitado que además se iluminaba con un ventanal con vistas a la carretera.
En la fachada principal del edificio se abrían puertas y ventanas de generoso tamaño que permitían iluminación interior y ventilación adecuadas. Los vanos se remataron en arcos deprimidos cóncavos que distribuían los empujes de las paredes hacia la parte más gruesa de los muros, que actuaban como pilares, y que llevaban las cargas directamente a la cimentación. Muy curadas vigas de madera, de una sola pieza, repartidas estratégicamente, sostenían los pisos y el losado. En conjunto un magnífico edificio que con el oportuno mantenimiento sirvió para la función para la que fue diseñado durante casi noventa años. Vilalbeses y forasteros recuerdan tres hijas Nistal Reñones, Pepita, Elvira y Pilar, durante décadas continuadoras del negocio.
Otro hijo, Primitivo, derivó su actividad comercial al campo de la distribución de bebidas. Hoy un espacio vacío y los restos amontonados de la casa nos hablan de la decadencia de esta parte de la villa que se intensificó cuando alguien decidió resumir la carretera, llenarla de obstáculos, de hierbas iluminadas y losas hormigonadas que provocan tropezones entre los viandantes.
Los Seco Lafuente
Martín Seco Ares casado con Francisca Lafuente Nistal, oriundos de Valdespino de Somoza, fundaron un negocio de vinos y comidas hacia el 1910. También construyeron la casa familiar y de negocios en el entorno inmediato del campo de la feria. El edificio fue inaugurado con varias misas en 1921. También esta construcción responde tanto a disponer de recursos económicos suficientes como a la necesidad de que las viviendas reuniesen condiciones higiénicas que los médicos de aquel tiempo recomendaban. El primitivo negocio de alimentación, años después, fue transformado en otro de venta de materiales de construcción que compartía con una pequeña tienda de productos textiles de los propios que se fabricaban en la Maragatería.
En la actualidad, casa de Martín Seco Ares
Los Martínez Martínez
Manuel Martínez Martínez y Bibiana Martínez Hernán, eran comerciantes establecidos entre 1887 y 1892 en la praza Mayor o plaza de la Constitución (hoy plaza de Santa María) de Vilalba. Eran oriundos de Rabanal Viejo, ayuntamiento de Santa Coloma de Somoza, León.
Los que vinieron de Zamora, de Tierra de Campos y de sus proximidades
Por los viejos caminos que iban y venían a Castilla aparecieron otros comerciantes y artesanos que se asentaron en Vilalba. No eran propiamente maragatos, pero a veces fueron tomados por tales al ser originarios de más allá del Bierzo. Los archivos nos dicen que entre 1879 y 1900 vivían y comerciaban en Vilalba unos matrimonios procedentes de Zamora, de la comarca de Tierra de Campos y sus proximidades. Eran gentes que compartían relaciones con los maragatos porque unos y otros frecuentaban los caminos de las grandes ferias de Villalón de Campos, Medina de Rioseco e incluso de Medina del Campo.
De algunas de estas familias quedan descendientes y recuerdos de sus negocios. En otros casos parece que el paso del tiempo borró su memoria. Veamos algunos que se citan por los apellidos matrimoniales.
Los Sánchez
El matrimonio de Juan Bautista Sánchez García e Isabel Sánchez Herrero, traficantes, oriundos de Villarramiel, Palencia, vivían entre 1979 e 1891 en A Porta de Cima. Fueron los padres de siete hijos. Uno de ellos, Mariano Sánchez fue confitero y propietario de la pastelería referente de Vilalba durante las primeras décadas del siglo XX. También tuvo parte en la construcción y puesta en marcha del Teatro Villalbés, modernísimo local inaugurado a finales de 1921, donde se hacían representaciones escénicas y con posterioridad se proyectaban películas, pero hoy desaparecido víctima de la especulación inmobiliaria. Otro de los hermanos fue Marceliano Sánchez, fotógrafo al que se deben apreciadas estampas de Vilalba.
Dos hermanos de Isabel Sánchez Herrero estuvieron establecidos en Vilalba cuando menos en la década de 1890. Ambos se casaron con vilalbesas, Antonio con Rosa Mª Rego Pérez y Zacarías con Manuela Vázquez.
Confitería Sánchez en 1956
Anuncio da pastelería Hijos de Sánchez y del fotógrafo Marceliano Sánchez en El Eco de Villalba en septiembre de 1909
A la izquierda, fachada del Teatro Villalbés, aproximadamente a finales de la década de 1950
Álvarez Rodríguez. Eleuterio Álvarez estaba casado con Juana Rodríguez Alonso. Naturales de Pobladura de Sotiedra, Valladolid, eran traficantes y estaban en Vilalba a mediados de la década de 1880.
Álvarez Álvarez. Bernardino Álvarez Cuadrado, también natural de Pobladura de Sotiedra-Valladolid, estaba casado con Ildefonsa Álvarez Álvarez, de Castro-Bembibre. Tenían el oficio de traficantes y estaban establecidos en Vilalba a mediados de la década de 1880.
Cabello Giménez. Aniceto Cabello, de Valladolid, era tratante de caballerías. Estaba casado con María Giménez, natural de Toro, Zamora. Vivían en O Calvario a mediados de la década de 1880.
Álvarez Álvarez. Bernardo Álvarez, natural de Pobladura de Tiedra, y Alfonsa Álvarez, de Castro-Bembibre, tenían el oficio de comerciantes y además él ejercía de carretero. Vivían en Campo de Puente a finales de la década de 1880. Ella era hermana de Ildefonsa Álvarez Álvarez.
Pérez Herrero. El matrimonio de Julián Pérez Noguerol y Cristeta Herrero Formoso vivía en Campo de Puente a inicios de la década de 1990. El, natural de Rueda, Valladolid, era botero, fabricante y vendedor de las botas en aquel tiempo muy usadas para almacenaje y transporte de vino. Ella había nacido en Villalobos-Zamora.
Morillo Chilló. Marcelino Morillo Martín estaba casado con Desideria Chilló, de Villalpando, Zamora. Tenía por oficio el de albañil y también había nacido en Zamora. Estaban en Vilalba a inicios de la década de 1890.
Argüello Álvarez. Cástor Argüello Pintado había nacido en 1860, y Juliana Álvarez Álvarez en 1873. Eran comerciantes, naturales de Tiedra, Valladolid, y vivían en la calle del Progreso en 1893 y 1894.
Fernández Ramón. Agustín Fernández Ramos, nacido en 1858 en Valverde, Zamora, se casó con Benigna Ramón Losada, nacida en 1868 y natural de Vilalba. Tuvieron siete hijos entre 1888 y 1899. Vivieron en la praza Mayor o plaza de La Constitución.
Conde Mora. El matrimonio de Cayo Conde Pintado, natural de Villanubla, Valladolid, y de Pastora Mora y Peralta, natural de Vigo, vivía en la calle Progreso de Vilalba a mediados de la década de 1890.
Morillo Chilló. Marcelino Morillo Martín, natural de Monfarracinos, Zamora, albañil, era casado con Dosideria Chilló, de Villalpando, Zamora. Vivían en la calle Progreso de Vilalba mediada la década de 1890.
Rodríguez Benavides. Nicolás Rodríguez Ruíz, carretero de Tiedra, Valladolid, estaba casado con Ana Benavides Rodríguez, jornalera, también originaria de Tiedra. Vivían en Campo de Puente.
Benavides Río. Lorenzo Benavides Rodríguez, hermano de Ana, casado con Consuelo Río Lage, oriundos ambos de Tiedra, Valladolid, estaban asentados en el barrio de Campo de Puente de Vilalba en la década de 1890. Él tenía el oficio de corambrero, tratante de pieles.
Puede observarse que en este grupo de matrimonios había relaciones de parentesco y de vecindad de los lugares de origen. Anotamos hermanos, apellidos duplicados y lugares de nacimiento repetidos. En sus ocupaciones resaltamos, además de comerciantes y transportistas o traficantes o trajineros, los oficios de botero y de corambrero que complementaban actividades ya establecidas y atendían necesidades que llegaban con los nuevos tiempos.
MARAGATOS EN VILALBA. LA CASA DE LAS MARAGATINAS
Por Xosé Antonio Pombo Mosquera
Parafraseando a Chao Ledo.
Versos vilalbeses tabernarios
Bota viño, bo amigo,
bota viño desa cuba,
traído do vermello Bierzo,
portado por rexas mulas.
A Vilalba por camiños
chegan carros maragatos
traen viños, traen aceites
e mantas e grosos panos.
En los siglos XVII y XVIII el estado de la red viaria gallega era lamentable y provocaba el aislamiento del país, más acusado en el interior. Antiguos itinerarios medievales, y aun la vía romana que de Astorga llegaba a Lugo y Brigantium, sirvieron de base para trazar los caminos reales en los que dos carros deberían poder cruzarse. Las lluvias estacionales propias del país hacían que se embarrasen gran parte del año. Los puentes con los que salvar los abundantes cursos de agua eran escasos y no siempre estables. Los pasos y puertos por donde vadear los ríos solo eran practicables cuando no llovía mucho... Y por no ser practicables los caminos y dificultosas las comunicaciones, el comercio escaseaba y el retraso y pobreza del país resultaban evidentes. En este contexto hay que situar la llegada de los arrieros maragatos por la red viaria gallega, que al frente de recuas de mulas transportaban mercancías para negociar.
Para mejor comprensión de la situación hay que situar los maragatos en su territorio, que está formado por la de la Maragatería, situándose Astorga como su capital si bien como núcleo de referencia el municipio de la Somoza. Originalmente los maragatos se dedicaban a la labranza, pero la comarca no era excesivamente productiva y ya desde el siglo XVI complementaban su economía con el transporte de mercancías mediante recuas de mulas. Se dice de ellos que tenían costumbres diferentes de los habitantes de comarcas vecinas y que se casaban entre ellos, hecho que se podría explicar por la necesidad de no dispersar riquezas familiares.
Dos fueron los nichos principales donde desarrollaban sus negocios, alimentación y productos textiles, sin olvidar que otros productos también eran objeto de transacciones cuando así se demandaba. Incluso se documentan casos en los que eran maragatos los que se encargaban del transporte de dinero en efectivo para pagar a los soldados o atender el funcionamiento de la administración del Estado.
En el caso del comercio que hacían en Galicia se sabe que traían lentejas, garbanzos, vinos y vinagres, aceite, especias, quesos curados, algunos embutidos, jabones y productos textiles derivados de la lana y del algodón, pues en las casas de la Maragatería abundaban las tejedoras. Famosas eran las mantas zamoranas y palentinas confeccionadas con lana de oveja. Para la Meseta salían carnes saladas, quesos y productos del campo, aunque la mayor fama era para los pescados que, debidamente empacados y llevados con diligencia, llegaban a ciudades castellanas, sobre todo a Madrid, para consumo de los más pudientes. La mayor parte del pescado se transportaba ya seco o en conserva de sal, salmuera, escabeche... Tenían fama las sardinas saladas que se vendían en los mercados de La Bañeza, Medina del Campo, Medina de Rioseco, Villalón o Benavente.
El de arriero era oficio que se agrupaba por familias. Los estudiosos señalan como muy frecuentes los de apellido Alonso, Botas, Calvo, Carro, Cordero, Martínez, Manzanal, Nieto, Ramos, Salvadores...
Cada cierto tramo de camino, y sobre todo en villas, existían los mesones donde hombres y animales podían descansar y guardar las mercancías. Se sabe que el camino heredero de la vía romana que conectaba el golfo Ártabro con la Meseta se dividía en los siguiente tramos: Betanzos – Portobelo - Outeiro de Rei - Hospital de Charmoso - Galegos- Fontefría – Pedrafita – Trabadelo – Cacabelos - Molinaseca- Foncebadón y Astorga. En cada jornada se hacían 30 ó 35 kilómetros y los animales cargaban entre cien y ciento cincuenta kilos. Solían viajar en grupos de entre cinco y siete arrieros y cada uno con entre cinco a siete animales.
Si lo permitían la climatología y los caminos también utilizaban carromatos de grandes ruedas que, tirados por caballerías, permitían mayor velocidad que los lentos carros del país tirados por bueyes o vacas.
En este contexto, y aunque muy tarde para los tiempos, llegó la modernización del trazado y firme de las carreteras y también llegó el ferrocarril. En Vilalba recordamos que se inició la construcción de la carretera de Vilalba a Mondoñedo en 1853, que en 1860 se inauguró la que iba de Ferrol a Castilla por el puente de Rábade y Vilalba, que en 1881 se acabó la que venía de la estación de tren de Baamonde, que en 1905 se arregló la de Vilalba a Betanzos, que la de Vilalba a Meira se empezó en 1912 y no se acabó hasta 1925 y que en 1933 fue trazada la de Vilalba a Chavín por A Balsa con ramal, muy polémico en aquel tiempo, a la iglesia de San Simón. En setenta años Vilalba quedó como paso obligado para la circulación de viajeros y mercancías no solo de toda la comarca sino también para los que buscaban unir la meseta de Lugo con las costas de Ribadeo-Asturias, con la comarca de Viveiro-Ortegal, con las rías de Ferrol-Pontedeume y también con las de Betanzos-A Coruña. Y fue lástima que no llegara a ser realidad el tan ansiado y demandado ferrocarril que conectara el interior de la provincia con la costa, ese que iba a ir de Lugo o Baamonde hasta Ribadeo por Mondoñedo y con ramal a Viveiro.
Como las recuas de mulas no podían competir con el precio de los portes de auto-camiones y ferrocarril, las familias maragatas adoptaron una nueva estrategia comercial, que fue la de asentarse de manera permanente en lugares donde ya eran conocidos y en el nicho de negocios que conocían. En ciudades o villas grandes algunos comerciaron con los productos textiles, ampliando de los derivados de la lana de oveja a los paños de algodón e incluso a prendas ya confeccionadas. En lugares estratégicos establecieron negocios relacionados con los productos que se producían en la comarca.
Fue así como en Vilalba quedaron establecidos los comercios relacionados tanto con la compra-venta de productos del campo, que prolongaban a diario los negocios de las ferias, como los dedicados a mesones, casas de comidas y suministradores de vinos y aguardientes. Recordamos la emblemática casa del Maragatín o de las Margatinas, famosa en toda la comarca y que lamentablemente ardió hace pocos días. También una taberna que había en A Ferrería, que vendía el vino traído en cubas, donde había horno de cocer, de forma que podía comprarse pan e incluso por el San Ramón bizcochos. La casa de Martín Seco fue inaugurada en 1922 en la calle Cos-Gayón, hoy calle de Galicia, y se dedicó originariamente a comidas y venta de vino, si bien con el paso de los años se reconvirtió en almacén de materiales de construcción. En esta misma casa también hubo mercería y despacho de tejidos, que atendía una hermana de Martín. La casa Maragata de Ínsua, a 8 kilometros de Vilalba, emplazada al lado de la carretera a Baamonde y poco antes de llegar al puente de Saa, daba comidas y tenía hostal. Sabemos que otros maragatos quedaron establecidos en Nete-Noche y que se dedicaron a la agricultura. Otros negocios del mismo estilo hubo en la villa, que se relacionaron con aquellas familias que escogieron Vilalba para asentarse, como los Lafuente, Criado, Nistal y Seco.
Los negocios de referencia de los maragatos crearon riqueza y circulación monetaria. Los más prósperos construyeron nuevas y amplias casas que atendían tanto a los modernos criterios higiénicos que las ciencias médicas aconsejaban como a las necesidades y servicios que los negocios demandaban. Especial escenario a este respecto fue la “carretera”, denominación referida al tramo de la carretera de Ferrol-puente de Rábade, que en Vilalba iba desde el cruce con la carretera de Mondoñedo-Oviedo hasta A Pravia. Fue ahí donde se establecieron negocios emblemáticos y de referencia durante años. Recordamos la Vizcaína, la casa Gayoso (después de don Ángel Rego), la de Jesús Gayoso y sucesores, la antigua casa Lamas, la casa Puentes... Entre todas era de especial referencia la casa Maragata conocida coloquialmente como Las Maragatinas.
La casa de las Maragatinas
Fundada allá por 1915 por Francisco Nistal Reñones, el edificio de traza modernista fue construido para albergar el negocio de compra-venta de productos del campo, diaria prolongación de las transacciones que se realizaban en las ferias. La distribución interior del mismo consistía en un sótano ventilado donde se mantenían temperaturas adecuadas para almacenar carnes saladas, un bajo donde se emplazaba el despacho, separado de la cocina-comedor de los moradores, una planta alta de habitaciones y un bajocubierta o desván alto que recibía luz por una galería con vistas a la “carretera”. En el imafronte principal se abrían puertas y ventanas de generoso tamaño aportando iluminación interior y ventilación adecuadas. Los vanos se remataron en arcos deprimidos cóncavos, permitiendo que los empujes de las paredes pudieran derivarse a la parte más gruesa de los muros que separaban puertas y ventanas, y por lo tanto las cargas iban directamente a la cimentación. Bien curadas vigas de madera de una sola pieza repartidas estratégicamente agarraban de pisos y enlosado. En conjunto, un magnífico edificio, posiblemente diseñado por un arquitecto competente que, con el oportuno mantenimiento, sirvió para la función para la que fue diseñado durante noventa años y que duró hasta el presente.
Las cosas cambiaron el pasado día 7 de junio de este 2021. De madrugada un vecino observó una notoria fuga de agua. El escape ya debía llevar tiempo activo minando la cimentación del imafronte de la casa. Todo indica que procedía de la traída general de la villa que pasa bajo la acera a lo largo de toda la “carretera”. Fuentes consultadas informan de que la tubería de la traída de aguas es frágil y antigua, y que por las noches, por no haber consumo, soporta presión mayor que por el día. El resultado fue que el agua hizo caer el imafronte que daba a la “carretera”, que luego rompió la tubería del gas y que los cables eléctricos extendidos por los imafrontes producirían alguna chispa. El virulento incendio fue inevitable al encender el gas. En los primeros momentos resistieron los pisos, pero la fuerza de las llamas provocó que la madera de los pisos ardiera y luego todo se fue derribando. Los resultados están a la vista.
Hoy, mirando atrás, queda pensar en lo que se perdió. Desapareció una casa y también debieron de desaparecer documentos que ilustrarían la historia de Vilalba del siglo XX. Puede que a través de ellos se pudieran rastrear las circunstancias de la llegada de familias maragatas a la comarca y los negocios de las ferias. Se perdió un magnífico edificio que era de los pocos ejemplos de construcciones modernistas que quedan después de que el antiguo cine muriera por la especulación. Se perdió el moblaje interior de la casa, de primera calidad, alguno también de traza modernista, que se mantenía con fidelidad a los momentos en los que se adquirió. Se perdieron recuerdos de dos generaciones de origen maragato con fama de seriedad, y que, lejos del estraperlo, contribuyeron al comercio y prosperidad de Vilalba y comarca.
Hoy, diez días después de ver arder el edifico de la casa Nistal Reñones, cortado el paso a automóviles y transportes por la “carretera”, el comercio parado, siendo escasa la circulación monetaria, la calle solo es frecuentada por usuarios de hostelería. Resulta fantasmal ver un tramo de vía que fue motor del progreso de Vilalba porque en ella hubo negocios.
Sirvan estas líneas para recordar al matrimonio formado por Francisco Nistal Reñones (1888-1964) y Dominga Reñones Alonso (1888-1931) y también a sus hijas Pepita (1925-1985), Elvira (1915-2001) y Pilar (1922-2016) Nistal Reñones. Durante cien años vieron pasar por delante de su puerta la intrahistoria de Vilalba.
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