El Progreso, 26/08/2018

El 26 de agosto de 1918, hace justamente un siglo, los lucenses no aguantaron más y se echaron a la calle. Los movía el hambre motivada por el alto índice de paro y la subida de los precios de los alimentos derivada, a su vez, del elevado número de exportaciones de productos que se hacía desde España hacia los países implicados en la Primera Guerra Mundial. Toda Europa sentía hambre y las despensas en el extranjero se llenaban con productos españoles y gallegos, lo que provocaba que hubiese menos alimentos en el mercado interior y que estos se vendiesen a precio de oro debido a la escasa oferta.

Lo sucedido en Lugo no era especialmente novedoso. A lo largo de todo el año de 1918, se habían producido tumultos por este motivo en otras ciudades gallegas como A Coruña y Ferrol. Lugo resistió, pero reaccionó con fuerza la noche del 26 de agosto, con masas de gente asaltando comercios y almacenes para hacer acopio de arroz, jamones, harina, lana y todo lo que pudiesen pillar, hasta el punto de originarse una situación muy violenta solo acallada con la intervención del Ejército, que decretó la ley marcial en un bando leído por el teniente Montenegro.

ASALTOS. Los periódicos de la época editados en Lugo reflejaban la angustia de la población por la violencia de los asaltos. El Progreso abría el 26 de agosto con un contundente titular en portada: "Lugo siente las torturas del hambre y llega el atropello indefendible en alas de la desesperación". El Norte de Galicia hablaba del "problema de las subsistencias". La Idea Moderna afirmaba que Lugo estaba "en estado anárquico". Y El Regional hacía hincapié en las pérdidas "de grandísima consideración" que sufrieron los comerciantes e industriales y que llegaban a "más de 45.000 duros" de los de principios de siglo.

Los dueños del establecimiento afirmaron que las pérdidas fueron de 40.000 duros y estuvieron dos horas sujetando las puertas y persianas metálicas.

Una de las pérdidas más grandes la sufrió el dueño de un almacén de jamones de San Roque, del que los asaltantes se llevaron 2.000 arrobas de carne, según El Regional.

La Idea Moderna relataba estos hechos afirmando que en este asalto participaron varios hombres "armados de hachas". El almacén pertenecía a Tomás Pérez Carro, que se dedicaba al negocio de la exportación de carnes saladas a Madrid.

"Aquello fue un enorme escándalo, sin que nadie tratase de evitarlo, debiendo advertir que se hizo acopio de jamones por mujeres, niñas, chicos y muchos hombres. Verdaderamente asombroso", decía el cronista, que añadía: "Nos aseguran que lo robado en jamones pasa de 75.000 pesetas". El botín también incluyó manteca de vaca y habichuelas.

Otros comercios asaltados fueron el de Lagarón, en Santo Domingo; el de Delgado y el de Bal Carro (presidente de la Cámara de Comercio de Lugo), en la Ronda da Muralla; el de Manuel Ferreiro Barja, en la actual rúa Castelao (Avenida de Moret), de donde se llevaron sacos de harina, lana, alubias y una carretilla de salvado, valorado todo en 30.000 pesetas; el de Carro, en la Porta de San Pedro, y el almacén de Arcadio Casanova, de donde los asaltantes se llevaron 36 sacos de arroz.

Uno de los más perjudicados fue Tomás Carro Pérez, que tenía una tienda y un almacén en Armanyá, donde los asaltantes rompieron botellas, sacos de café y de arroz, abrieron las llaves de varios bocoyes de vino y se llevaron embutidos, 12 sacos de lana, 15 de arroz, 1 de garbanzos y 2 de café.

EJÉRCITO. En vistas de la situación, se movilizaron las fuerzas del Ejército, que consiguieron parar varios de los asaltos. Eso ocurrió en el comercio de Delgado, en Santo Domingo. El Progreso relataba así lo sucedido en este negocio: "El aspecto del comercio era espantoso. Habían desaparecido de las estanterías toda la pañería, las zamarras y las zapatillas, dejando en su lugar zuecas y alpargatas. Las boinas fueron sustituidas por gorras viejas". También robaron piezas de paño, paraguas, pañuelos de seda, zamarras y acordeones.

Los dueños del establecimiento afirmaron que las pérdidas fueron de 40.000 duros y estuvieron dos horas sujetando las puertas y persianas metálicas por dentro. Al cabo de este tiempo, se rindieron y huyeron hacia el tejado "para defenderse a pedradas, deslosando la cubierta", contaba El Progreso.

El cronista añadía que "daba pena ver desvalijar almacenes de telas por quienes obraban a impulsos de un ensordecedor grito de ¡pan! El espectáculo realizado dentro de los límites de nuestra muralla era horrendo".

Las fuerzas del orden -en este caso, la Guardia Civil- también lograron parar el asalto a la fábrica de harinas de Pujol y Arriaga.