Entendemos que el País de los Maragatos, La Maragatería, es  la más característica de las comarcas leonesas,  no lejos de  Galicia, Bierzo por medio,  con una extensión de algo más de 700 kilómetros cuadrados, formada por los municipios de Astorga, Brazuelo, Lucillo, Luyego de Somoza, Santa Colomba de Somoza, Santiago Millas y Val de San Lorenzo, con capital natural en Astorga, bimilenario centro de comunicaciones, que con Braga y Lugo figura en la historia.

Este territorio, que va  desde La Cepeda (N) a La Valduerna (S), y desde La Vega (E) al Bierzo (O), con una población de alrededor de 14.000 habitantes, se subdivide tradicionalmente en Maragatería Baja, con centro en Santiago Millas, y Maragatería Alta con especial punto de referencia en Santa Colomba de Somoza, que en tiempos daba nombre a toda la comarca, entonces conocida como “La Somoza”. Pertenece al obispado de Astorga, si bien se tiene por su capital religiosa a Luyego de Somoza, donde se encuentra el santuario de la patrona de la Maragatería, La Virgen de los Remedios.                                    

Mapa de la Maragatería

Mapa de la Maragatería. De “La arquitectura popular de la Maragatería”, de José Mª Luengo (Ed. Excmo. Ayuntamiento de Astorga).

Para mejor conocer el territorio, seguimos el relato de Matías Rodríguez Díez, Cronista de Astorga, en su “Historia de la Ciudad de Astorga”, publicada en 1909:

El terreno es, en gran parte, accidentado y de escaso rendimiento a cuya circunstancia se debe el que muchos de sus moradores, abandonando las labores del campo al cuidado de sus mujeres, hubieron de dedicarse a la arriería, con el fin de proporcionarse los recursos que el ingrato suelo por ellos habitados les negara.

Allá en los pasados siglos en que los medios de comunicación se reducían a los llamados caminos de herradura, y en que los transportes se hacían a lomo, los maragatos con sus lucidas recuas de briosos mulos, a la manera de cómo los practicaban también los Vaqueiros de Alzada, en Asturias (cuyos usos y costumbres tienen muchos puntos de  contacto con las de los maragatos) eran la representación genuina del tráfico y del movimiento comercial entre la Corte, Castilla y Galicia; siendo, al decir de cuantos de los maragatos se han ocupado, los más fieles conductores que se conocían, rayando a tal altura su honradez que, sin otra garantía que la de su palabra, se les confiaban crecidas sumas y toda clase de encargos, por importantes que fueran, conduciéndolos con total lealtad y presteza al punto de su destino.

Dedicados casi exclusivamente a la arriería, vieron mermar su tráfico cuando con la construcción de los Caminos Reales, aparecieron las diligencias, las galeras y los carromatos; entonces abandonaron la estimada recua y optaron por el carromato, que va desapareciendo a medida que las vías férreas se multiplican, haciéndolo poco menos que innecesario.

Muchos de aquellos incansables traficantes habían logrado con el tiempo hacer sus correspondientes ahorros, y llegada la época de la desamortización, o venta de Bienes Nacionales, como hombres de sentido práctico, supieron emplear aquellos comprando heredades en las Riberas de Órbigo, Astorga, La Bañeza, y otros puntos, que les rinden muy saneadas rentas; y los que no alcanzaron tan propicia ocasión, dedícanse al comercio de paños, vino y otros géneros, transportándolos por ferrocarril de Castilla a Galicia, situándose muchos en Lugo, A Coruña, Ferrol, Santiago y en otras poblaciones importantes, sin exceptuar la Corte, dedicados al comercio de carnes, pescado y ultramarinos, siendo muy rara la población de alguna importancia en la que no se halle establecido algún maragato, y notorio el hecho de que casi todos prosperan en el ramo a que se dedican; lo cual, lejos de ser extraño, es perfectamente lógico, dadas las singulares aptitudes que para el comercio tienen, y su nunca desmentida laboriosidad.

Hay que tener presente que los maragatos no son hombres que esperen a que los negocios se les entren en la alforja; por el contrario, toman ésta, los buscan, los estudian y cuando están seguros de que los dominan y que pueden explotarlos, los trabajan con fe  y con provecho.

Como a todo reino secreto, el misterio envuelve sus orígenes, no poniéndose de acuerdo los entendidos de donde procede el nombre de sus habitantes, los “maragatos”… Los hay que opinan que el nombre procedería de Mauregato, Rey de León, hijo de Alfonso el Católico con una esclava musulmana… y quien cree que procedería de más allá de los Pirineos, uniendo los conceptos “moro” y “godo”… Podría venir de “mauri capti”,  árabes - moros- capturados o en cautividad; de  “mauricatus”, que conoce el lenguaje árabe, o sea, “morohablante” y aún podría provenir de las “maragas”, prenda característica de estas tierras.

Historia de Astorga

El Cronista de Astorga cita la afirmación del Padre Sarmiento de que “los maragatos descienden de aquellos mauritanos o cartagineses que, con anterioridad a la dominación romana, inmigraron en España, y dedicados al comercio, fueron perseguidos por los romanos, refugiándose en su huída en las montañas de Astorga, llamándose entonces, no maragatos, sino maurellos o mourellos, siendo los mismos que el Concilio de Lugo asignaba a la Iglesia u obispado de Astorga con el apelativo de mourellos superiores y mourellos inferiores”. Se detiene, asimismo en la analogía que ofrecen las voces maragato y mauregato, para explicar la opinión de los que se inclinan a creer que estas gentes recibieron el nombre de la palabra mauri capti (moros cautivos) o de mauro y gotho, sin desechar la posibilidad de que provengan de aquellos moros y godos que antes de la invasión árabe existían en España, los cuales, aliados entre si, casaron sus hijos, resultando no ser moros, sino maurogothos, y de ahí, maragatos”.

Y por fin, teniendo en cuenta el principal papel de la arriería en esta tierra, el nombre podría provenir del tiempo en que los somozanos se acreditaron como comerciantes de pescado desde el mar de Galicia a la capital de España, “del mar a los gatos”. Lo del “mar”, está claro, por su procedencia. Y lo de los “gatos” , referido a los madrileños, vendría – historia o leyenda por medio - desde el siglo XI cuando el rey Alfonso VI atacaba las murallas del Madrid árabe, y uno de sus soldados facilitó la entrada de las tropas subiendo a la muralla con tal agilidad como si fuese un gato, por lo que el hecho acabaría dando nombre a los habitantes capitalinos.

Que esta tierra fue poblada en la antigüedad lo proclaman sus petroglifos, descubiertos en época relativamente reciente, o la villa romana descubierta en Santa Colomba de Somoza, en El Soldán, dada a conocer por un Carro (El  médico Julio Carro, arqueólogo aficionado), en 1934, en su libro “En la enigmática Maragatería”.

Los primeros pobladores maragatos serían los Amacos (nombre que para Rodríguez Díez significaría “guerreros excelentes”), que procederían de tierras astures, que tenían por referencia el monte Teleno y bajo su influencia conservaron todas sus singularidades. Y Astúrica Augusta, la actual Astorga, fue primero un campamento militar romano para luego ser, como Lugo, capital de convento jurídico.

Que los primeros maragatos tuviesen su origen en tierras asturianas viene a coincidir con lo que relata Bernardo Acevedo y Huelves en su obra “Los Vaqueiros de alzada en Asturias”, al indicar que, como los maragatos, “los vaqueiros, no produciendo la braña lo necesario para la vida, formaron sus recuas y se dedicaron al transporte de las mercancías de Madrid y de Castilla a Asturias sin enajenarse la confianza pública, distinguiéndose por su valor, prudencia y honradez. De la recua pasaron al carromato y de éste al ferrocarril, dirigiendo muchos su vista hacia Madrid, en donde se asentaron, monopolizando los ramos de carnes y carbones.

Y en cuanto a la arriería itinerante, tengamos en cuenta que el Camino Francés a Compostela discurre por la comarca y, como en Galicia, marcó el rumbo de las gentes de estas tierras desde hace más de mil años.


   

UN LUCENSE EN QUINTANILLA DE SOMOZA (Emilio Rodríguez Pérez)

Maragatos

Por una vez cambio el ruidoso mirador de mi ventana allá en el alto por un bucólico balcón de paz aquí en el campo. Son las doce, las doce en punto de una espléndida mañana del mes de agosto. Me lo recuerda la campana de la iglesia que repite la docena al poco tiempo por si acaso, por si no te enteras. Suenan suave, sin estridencias, no molestan al oído; y como estás inmerso en una especie de glorioso sueño, es fácil no enterarse, que te pierdas al tercer o cuarto golpe de badajo. Rodeado del rojizo mar de tejas con que se cubre el pueblo entero, allí en el fondo sobresale el campanario con el nido de cigüeñas ya vacío, de vuelta hacia otros pagos sus eternas inquilinas. Más al fondo campo, trigales recién segados, monte bajo y cielo, cielo azul inmenso.

Emilio Rodríguez Pérez

Golondrinas y vencejos zigzaguean con sus vuelos trepidantes, zumban las abejas, cantan los gorriones aquí al lado, en las ramas de los árboles frutales junto al huerto de mi hermano, y graznan dos urracas en el gran nogal de enfrente cuya sombra cubre el patio. Griterío infantil en el campo rústico de fútbol de ahí abajo. Sí, algún mosquito sí molesta, y la bocina del panadero, y las ruedas de algún coche arañando el suelo, y el ronroneo al fondo de una motosierra…, pero nadie dijo que la antesala de la gloria sea perfecta. Así que como yo me encuentro a gusto y tengo a mano un boli escribo esto.

Esto es Quintanilla, Quintanilla de Somoza, pueblín hermoso maragato en las faldas de El Teleno. 50 casas. Quizá 60. 40 escasas almas en invierno. Estamos en un sábado de agosto, el 28, cumple de mi hermano. Felicidades, Nolo. Que lo sigamos celebrando con salud durante muchos años.

 

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