Mis abuelos

Creemos que mi abuelo llegó a Lugo en 1880. Tenía unos tíos en Astorga, y ellos eran de Santa Colomba de Somoza, muy cerca, un sitio donde había hasta farmacia. Y ahora es uno de los pueblos de la España vaciada.

Santa Colomba era un pueblo privilegiado porque tenía el rio Turienzo que por allí pasa. Y en Castilla tener un río es casi como tener un mar. Además está enclavado en el Camino de Santiago, vía natural para venir a Galicia.

Mi abuelo por parte de padre entiendo que era el que tenía menos formación, porque por parte de mi madre su padre enseñó a leer y escribir a todos. Santa Colomba en aquella época, era un pueblo del que salieron muchísimos hombres de mi familia muy preparados. Que hubiese hace cien años cinco magistrados del Tribunal Supremo oriundos de Santa Colomba de Somoza es todo un ejemplo de especial formación.

Creo que mi bisabuelo, el padre de mi abuela, tenía que ser muy culto pues enseñó a todos a leer y escribir. Esto era absolutamente necesario porque si salías de casa para dedicarte al comercio, había que saber escribir, saber leer, saber relacionarse y moverse en un mundo difícil. Demostraron todos ser personas muy capaces.

Mi abuelo paterno entiendo que era de la parte de los arrieros; de la gente a la que contrataban para el comercio y el transporte. Porque hay que pensar que en aquella época no había bancos, y había que transportar dinero, custodiarlo y depositarlo. Y había que responder de ese dinero y de las operaciones comerciales; había que dar la cara y la vida por la mercancía que se transportaba. Y creo que mi abuelo era muy bragado y muy serio en los negocios y el transporte.

Se cuenta que ya en la época de los Reyes Católicos, con la expulsión de los judíos, el vacío que se produjo en cuanto al comercio y al transporte de las mercancías lo llenaron los maragatos. En la zona de Castilla los arrieros estaban considerados gente muy seria en el sentido de poder responsabilizarse de los impuestos y trasladarlos. Es decir, quedaron como ejemplo de honradez en el transporte, y cuando luego se establecían en el comercio el maragato era ejemplo de trabajo, iniciativa, constancia… prueba de ello es la frase de “Que buena esquina para un maragato”, que evidencia su vocación comercial.

Así pues, cuando dejaron de ser arrieros, se establecían en el comercio, acostumbrados como estaban a ser depositarios de mercancías y de dinero.

 

Aquellos maragatos

Mi abuelo era más del negocio que de viajar a cualquier sitio. El verdadero maragato, vamos. Estos dejaban a sus mujeres, salían a trabajar y ellas quedaban al cuidado de la familia. El retrato más vivo de aquella situación se encuentra en La esfinge maragata, de Concha Espina. Hoy hay que verla como un texto de tremendismo rural, nada comparable con lo de Galicia. Aquí había unas patatas, había cerdo, había pescado… Pero allí no había nada. Aquello era carencia absoluta, matarse por poseer una finca.

Visto con ojos de hoy, creo que mis abuelos debían de ser gente potente porque al establecerse en Lugo, en su comercio, pagaban los jamones al contado, que en aquella época era como pagar las reses. Porque en Galicia era lo que teníamos. No es que en Castilla no hubiera cerdos, es que Galicia era nuestra despensa.

Digo que necesitaban tener un potencial económico para comprar los jamones, porque claro, una partida de jamones era un importe muy elevado. Y seriedad, porque se establecía un precio – por ejemplo, dos pesetas- y se mantenía durante quince o veinte días. Si era de dos pesetas, el mercado podía subir y bajar. Pero si se daba una palabra, de ahí no se subía ni se bajaba en un determinado período.

Los de aquella “vieja escuela” eran unos caballeros, unos señores del Comercio. Tenían dinero, tenían potencial, podían arruinarse, podían triunfar, sin perder su estilo, su señorío comercial. Eran ecuánimes en todo momento, a la hora de tener dinero, de no malgastarlo, de trabajar de manera incansable… Y siempre la familia por encima de todo.

Ejemplo perfecto de unidad familiar la tenemos en los Carro, primos de mi padre, asentados en Santiago. Uno de ellos, José Carro Otero, fue presidente de la Real Academia de Medicina. Sólo uno de los hermanos se quedó a cargo del negocio familiar en la Plaza del Toural, “una buena esquina para trabajar”. Eran nueve hermanos, de ellos, ocho médicos.

1880, el “Año del hambre” en Lugo

Vamos al origen… Lois Seijo, en esta misma web, nos informa de que 1880 fue en Lugo el “Año del hambre”… Y fue precisamente este año cuando el primer Carro de esta historia vino a Lugo. De un lugar digamos “pobre”, a otro con hambre…

¿Que aquí había hambre?! Pues si aquí había hambre, imaginemos el hambre que había en Castilla!!!. Porque aquí siempre había unas berzas, unas castañas, unas patatas… Fíjate el hambre que tenía que haber en Castilla!. Y eso que vivía, venían de un pueblo que tenía un río. Qué remedio! Qué tenían? El pan, nada más. Yo recuerdo a mis padres decir que habían llegado al lado de nuestra casa los braceros que iban desde aquí a Castilla a ganar un sueldo segando el pan. No había máquinas, y se segaba a mano. En fin: Si había hambre en Galicia, que hambre no habría en Castilla?

Hay vidas, y esas vidas vamos a percibirlas; y un trasiego óptimo en una España que era diversa. No nos llamemos a engaño cuando se dice que aquí había mucha miseria. Pues habría mucha miseria, pero todo es relativo. Hay una miseria mísera, pero al lado, no sé que decir. Allí salías de Castilla, y las mujeres quedaban sin nada, esperando por su dueño. Y aquí tendrían al dueño sin trabajar y ellas trabajarían, pero tenían la vaca y tenían el cerdo. Sin lugar a dudas, cuando se vinieron aquí pensando que era como una tierra de promisión, señal de que esto, con todas sus dificultades, era mucho mejor físicamente.

Pero hay que pensar que aquí había mucho que darles a los cerdos. Los restos de la comida de las casas. Yo recuerdo también la lavadura de las casas; la señora que venía con el cántaro de leche traértelo, llevaba la lavadura. Y aquí tenían la leche. Qué vacas había en Castilla?, cerdos?

Había las ovejas. Y la lana… Hoy es más barata cualquier fibra.

Hay que pensar en que somos un país de servicios. La agricultura y la industria la estamos descubriendo ahora poco a poco.

La familia de la matriarca

Mi abuelo por parte de madre, también maragato, se vino para Galicia, asentándose en A Coruña. También procedía de Santa Colomba de Somoza. En principio, mi abuela, que era muy joven - tenía 16 años cuando se casó - no se quería venir; quería seguir viviendo en Santa Colomba. Mi abuelo, convencido de que su futuro estaba en Galicia, le dio el ultimátum de “ahora o nunca”, y se vinieron.

Mi abuelo enseguida se oriento hacia el mundo de la pesca, y la familia se volcó fundando la Fábrica del Hielo y la Frigorífica y se fletaron los primeros camiones que empezaron a viajar de A Coruña a Madrid. Eran ya los García Mares y García Carro. Mi tío Paco, que era teniente alcalde de A Coruña, junto con mi tío Isidro, tenían un barco, el José Antonio. La pesca y su comercialización fue su principal actividad.

La familia de mi abuela materna estaba en muy buena situación económica. Su padre comerciaba con la lana de Castilla y, especialmente, con los paños de Béjar, de gran demanda en Castilla y Cataluña, siendo la Maragatería el natural camino hacia ambos destinos. Se hizo muy rico, pero murió prematuramente en un desgraciado accidente.

Para su defensa, era usual que estos mercaderes portaran escopetas, y mi bisabuelo tuvo la desgracia de que se le disparara accidentalmente alcanzándole en un pie, y a consecuencia de la herida la extremidad se le gangrenó y se murió. Mi bisabuela se casó de nuevo, y tuvo más hijos.

Uno de esos hijos, Ricardo, hermanastro de mi abuela, emigró a Argentina, a pesar de que mi abuelo le pedía que no se marchara porque en A Coruña había innumerables oportunidades. En Argentina hizo una gran fortuna.

Eran todos unos grandes emprendedores, se formaron en la Universidad, tenían una gran capacidad de visión de futuro y voluntad de hierro, lo que garantizaba el éxito en todas sus aventuras comerciales.

Mi padre

El tiempo que recuerdo del negocio gobernado por mi padre es relativamente reciente. Cuando yo estuve con él, el comercio había cambiado mucho, y la gente de la aldea había progresado muchísimo. Los mayores ya tenían pensiones de jubilación, y él era muy consciente de esa evolución y se alegraba del progreso experimentado en todos los aspectos.

Mucho le gustaba hablar con la gente del campo, relacionarse con ellos con aprendizaje mutuo. Cuando le decían: “Don Tomás, en nuestra época qué serios, qué importante éramos!. Era otra cosa.”, él siempre respondía: “No, No… Es mejor esta época. Vamos a ver: usted en la época en que me dice, cuántos cerdos cebaba?. Seguro que no más de cinco. ¿Con cuántos se quedaba usted?… Con ninguno; todo tenía que venderlo… y hoy está usted cebando doce, y tiene el comercio, y muchas veces puede regalar, o los vende a los de alrededor…”

Yo pienso que realmente lo importante son aquellos valores que tenían ellos y que sus hijos hemos vivido.

Las familias tenían muy clara su vocación comercial, pero también entendían que llegaba un momento en que había que centrar el tema y, por ejemplo en Santiago, uno de los hermanos se quedó en el comercio, y los ocho restantes se orientaron al estudio y todos médicos.

En nuestro caso, mi padre - que llegó a última hora – creo que era muy inteligente y le decían que debía de estudiar, pero el abuelo se negó: O sacerdote, o que se quede en el comercio. Como lo de sacerdote no le iba, se quedó al frente del negocio familiar.

De sus tiempos de estudiante en los Maristas recordaba a Ánxel Fole, un poco más joven que él, que fue su amigo. De Fole tengo su libro “Terra Brava”, precisamente dedicado a “Las hijas de Tomasito”.

Mi padre era serio, muy serio. Llevaba muy mal las mentiras y faltar a la palabra dada. Eso de que lo llevaran a un juicio y que fueran las doce menos cinco, y pretendieran que dijera que era un poco antes de las doce, no podía ser. Nadie podía apearlo de sus convicciones y su verdad.

Y tanto se implicaba profundamente en una gran operación comercial como en despachar un bastón o cualquier pequeño objeto. Lo suyo era pura vocación y dedicación comercial.

Yo recuerdo salir un día de misa y decirle: don Tomás… Mire, usted podría perdonar a una persona que le robó? Ay, por Dios, Señora, duerma tranquila!. Porque entre los que habían robado en aquellas algaradas causadas por el hambre, el marido de la señora se había llevado un jamón y la señora entendió cuando iba a morirse que tenía que pedir perdón. “Señora, por Dios, que duerma tranquilo”.

Yo recuerdo que cuando murió mi padre, supe más de él que durante su vida, a través de la gente que venía a decirme lo bien que se había portado con ellos. Recuerdo a un señor que vino a decirme: “Yo no me arruiné gracias a su padre. Porque venía a Lugo con un carro y unos jamones, y en el puente del río me pararon y me dijeron que la mercancía no valía, que estaba mal. Y yo vine desesperado a hablar con su padre, que era joven, y bajó conmigo al Puente con la cala que antes se usaba para catar los jamones uno a uno… y declaró que la mercancía estaba perfectamente. Me salvó la vida”. Es decir que, a ese señor que venía con una mercancía con la que arriesgaba todo su potencial económico lo hubiesen arruinado si mi padre no dice que está bien y le compra toda su mercancía. Se salvaban muchas economías siendo una persona justa en el precio y sin ser abusivo.

Yo no recuerdo mucho, porque era muy pequeña. Pero sé que los jamones se recortaban y según se vendieran con el tocino o recortados se cobraban más o menos. Y recuerdo los recortes que estaban en un cajón y que mucha gente venía a pedirlos para el caldo y nunca se cobraban.

Y dos ejemplos: El de un trabajador de una empresa que me contó que cuando tenían que traer cualquier cosa a este comercio todos los empleados se ofrecían porque siempre aquí recibían una propina. Y el de una señora que vino a verme después de la muerte de mi padre. Vestía bién, con traje, un cuello como de pasamanería y vino a darme las gracias diciendo que le habían “llenado muchas veces la olla”. Me quedé tan asombrada que no supe que decirle.

Vinculación con Santa Colomba

Habló de Santa Colomba de Somoza y siento una relación muy lejana. Yo pienso que hubo relación muy directa mientras vivió la tía Tomasa en Astorga. Tenemos una fotografía en la que está la Tía Tomasa, una señora grandísima, y mi padre con doce o trece años.

Tuvo más relación con Santa Colomba la familia de mi madre que la de mi padre. Mi abuela materna se vino a vivir con nosotros. Era una señora muy seria, muy religiosa, que cuando se quedó viuda se vino para Lugo. No iba ni a la fiesta del pueblo, se quedaba sentada en el negocio todo el día y no salía de casa más que por la mañana temprano a la misa en los Franciscanos. Aunque nunca se dijo claramente, entiendo que en el tiempo de la Guerra Civil, uno de los Franciscanos estuvo refugiado en casa de mis abuelos.

Cada una de sus frases era una sentencia. Una vez le dijo a mi madre: “Si, tu pon el dinero a rodar por una cuesta, a ver cuando lo recuperas”.

Mi abuela tenía una hermana que es la de Santiago, que tuvo nueve hijos, los Carro Otero. Y luego estaba también el tío Cayetano.

Hoy, en Santa Colomba, nuestro contacto más directo es mi primo Quichín, que pasa de noventa años, propietario de la mayor casona del pueblo. Y su hijo Juan Ángel, muy querido en el pueblo porque fue secretario del Ayuntamiento. La casa de mis abuelos la vendimos nosotros, porque estaba derruída y los restos se venían abajo. La casa la utilizaron unas parientes de mi madre, las de Cordero. Luego ellas hicieron una casa moderna al lado y, como no podíamos atenderla, la vendimos. Esa, y otra más de unas primas de mi padre. Una, la vendimos al Ayuntamiento.

En el negocio

En casa vivía Amadora, que había venido a los doce años con los abuelos para ayudar, salió de casa para casarse y, cuando se quedó viuda, volvió para casa otra vez. Amadora decía que yo, en las cosas del comercio, me parecía a la abuela porque, seria como ella, no les pasaba ni una.     

En cambio, yo creo que eso lo heredé de mi padre, de una absoluta seriedad especialmente en lo tocante al negocio. Por cierto que yo nunca pensé quedarme en el negocio, lo que ocurrió fue que al haber vivido con mi padre y darme cuenta de la grandeza de su comportamiento en los negocios, y ver la seriedad en el trato y la alegría que tenía de hablar con los paisanos, y de quererles y ayudarles, me conquistó.

Una gran lección de mi padre fue enseñarme el valor de las pequeñas transacciones comerciales. Como yo le comentase que a veces los compradores, por ejemplo de bastones, le robaban mucho tiempo, me aclaró: hay ciertos bastones que rompen y que con el tiempo la humedad aquí se tuercen. Y entonces? Dos bastones te tienen que dar para cubrir tres. Y entonces, o lo sierras para un niño o lo vendes más barato… pero como vengan muchos a elegir bastón estás perdida. Y un día vinieron los ganaderos porque los bastones, que eran las porras que había antes para el ganado, con la base de junquillo, que es una raíz, resulta que son flexibles y podían darle un palo a la vaca y no rompían los bastones. Es decir, a los ganaderos no les importaba nada llevar un buen bastón… “Mire, don Tomás, este que tiene los nudos juntos será mejor que éste, que tiene los nudos separados, porque uno es macho y el otro femia. Cual es el mejor?”. Y dijo mi padre, después de verlo: “Mire, lleve la pareja a ver si le da crías”. Este humor lo aplicaba con los ganaderos que eran prepotentes y tenían dinero.

Muchas veces venía la gente a por ti, y empiezan a decirte “Dinero, dinero, dinero...” Mi padre decía “mira: dinero, virtud y santidad, la mitad de la mitad. Y cuando la gente te dice que mucho, pues vas de cráneo, porque es que no tienes nada. La gente habla por hablar. Lo principal es no ser malo en el comercio, porque ser malo no es rentable. Mi padre en eso sí que tenía mucha paciencia. La gente que yo recuerdo, aquellas mujerucas que, pobres, con los callos, el pañuelo y las medias, rogando tanto y poniéndose tan serias como son, yo me preguntaba “Y cómo puede estar aguantando esto?”

Mi padre tenía una paciencia enorme con ellas. “Don Tomás, es que claro, esto es muy caro. Esto los paisanos no me lo compran”. “Pues véndaselo a los curas. Y a los militares.” Luego la señora, a lo mejor que venía con rebajas… él le decía: “Vamos a ver. Mire usted. Le compró el tabaco al marido?”, “Sí, sí.”. “Y usted cuando va al estanco pide rebaja, ¿no?, pues aquí también hacemos lo mismo, como en el estanco”.

Es decir, era dulce, era bueno con la gente mayor del campo, era muy bueno. Hoy ya no es lo mismo, hoy ya son prepotentes porque van todos a la Seguridad Social y saben todos más que el médico. En fin, es completamente distinto porque antes, como decía mi padre, “tú fíjate que están tratando de hacer cinco pesetas para poder ir al médico”.

Es que no nos damos cuenta de que mi padre vivió una época en el que el campo estaba muy fastidiado. Hoy el campo está arruinando un poco a la Seguridad Social porque realmente metieron a todo el mundo, pero bendito sea Dios!