ARRIEROS SOMOZANOS
Pepe Pol
No nos extraña que en la Puerta de San Pedro de la muralla romana de Lugo haya presencia de maragatos, por ello no es cosa rara que por esta otra puerta natural del sur lucense, la que ampara la capa de San Martiño en ese enorme vano que abre el acceso a la emblemática Ribeira Sacra, no solo pasaran estos legendarios arrieros sino que algunos de ellos se asentaran a vivir en estar riberas del Sil. La zona de Ribas de Sil y Quiroga, este Val Quirogués era muy frecuentado por estos arrieros. Muchos de los que hoy superamos las seis décadas podemos recordar, allá en la niñez la presencia de esos itinerantes comerciantes; vendedores ambulantes que aportaban a los vecinos de esta zona productos de la Maragatería y ellos cuando retornaban hacia sus tierras leonesas llevaban sus carros, o los serones de sus acémilas, repletos de nuestros garrafones de aceite que seguro usaban para elaborar esas mantecadas que tanto nos gustan, junto como truchas y ánguilas tan abundantes , antes de la construcción de los embalses en el cauce del Sil, y así algunos de ellos no necesitaban ir hasta A Coruña, Viveiro, Burela o Vigo para hacer su cargamento pesquero, aunque el cargamento fluvial no excluía el del pez de mar.
Como sus caballerías no portaban frigoríficos, lejos estaba tal recurso, un modo de conservar los productos comestibles frescos era metiéndolos entre bloques de hielo y, cuando carecían de ese, cosa muy frecuente, ahí estaba una buena cantidad de “fentos”, esos helechos que abundan por nuestro entorno, plantas ideales para mantener y conservar frescos los alimentos. Los había que llevaban tirados por sus cabalgaduras carretones con pellejos repletos del vino quirogués y valdeorrés o sacos de castañas y nueces de la zona de O Caurel.. Podríamos, con un poco de imaginación, creer que alguno de estos mercaderes ambulantes cuando se quedó a dormir en alguna cantina o ciertas casas de estos pueblos que acostumbraban a dar posada a estos viajeros, vecinos con los que ya tenía amistad, les preguntaba en el improvisado “ filandón” si podría intentar buscar alguna pepita de oro en las arenas del Sil, ya que esta tierra aurífera no es más que uno de los brazos de la minera zona Maragata. También ellos, estos buhoneros, contribuían a que las costumbres de las diferentes comunidades se divulgaran. Ellos como los “cordoneiros”, “afiadores” , “aguardenteiros” y otros oficios de estas tierras de Ourense venían por nuestra comarca y en muchas ocasiones se juntaban donde se hospedaban y , para deleite de los más pequeños, unos y otros, contaban sus peripecias y , como siempre en esas tertulias de invierno, no faltaría, como ya bien en sus cuentos relatara Ánxel Fole, cazadores y pescadores que seguro vendían sus piezas a los maragatos para que las llevaran hacia las tierras leonesas, no sin antes exagerarles bastante sus proezas en esas faenas y más si las piezas eran cazadas por furtivos.Hasta altas horas o hasta que se apagaba el fuego de la cocina degustaban nuestros caldos, comparando sus grados con los de Castilla, mientras con una baraja de cartas jugaban un tute y, a menudo había alguno de los que tenía mal perder o estaba embriagado y armaba la gresca con el arriero , pero nunca pasaba de unas blasfemias o unos “carallos” y unos estrepitosos golpes en la mesa. Los nobles brutos que estaban en la cuadra o en el arrendadero del “pendello” empezaban a resoplar y a piafar sobre las losas del suelo y arriero y contertulios salían con palos , faroles y candiles creyendo era algún lobo que aprovechando la niebla y la noche quería atacar al equino, sin saberlo el mulo o caballo hizo cesar la partida , los vasos quedaban sin acabar y la discusión quedaba zanjada en un apretón de manos y unas risotadas y amistosos manotazos en los hombros, era la despedida, pero eso sí dándose palabra de que cuando volviera ya seguirían jugando la inacabada jugada que perdedor y ganador consideraban en tablas.
La llegada a Galicia por esta zona del ferrocarril hizo que el medio de transporte de estos comerciantes ya quedara desfasado, arcaico y reducido a un nostálgico romántico recuerdo, pero, por cierto, imborrable pues los maragatos ya en el medievo venían con sus recuas de mulos para llegar hasta Monforte de Lemos donde existía una numerosa colonia judía que potenció y desenvolvió la cría del gusano de seda en estas riberas, Comerciaban este producto que también adquirieron los somozanos de aquel tiempo. Precisamente el topónimo Somoza pervive en esta “bisbarra”, concretamente en un pueblo de Valdeorras.
Si esos arrieros seguían la Vía XX Itinerario de Antonino y otras muchas calzadas secundarias y diferentes cañadas y vías precuarias llevando este estilo de vida bohemio, hacían el camino inverso de los gallegos que iban a segar más allá de los puertos de Foncebadón y Manzanal .Eran hombres muy curtidos y duros ante las múltiples dificultades que entrañaba hacer esas rutas pobladas por salteadores y alimañas. Más de uno sufrió algún susto o igual no volvió a ver las torres de Astorga, capital de la maragatería, a la que este entorno de Montefurado perteneció eclesiásticamente hasta hace años a su diocésis, prueba de ello es que nuestra iglesia dieciochesca de San Miguel tiene mucho parecido en su esquema constructivo con templos leoneses .La única diferencia es que en las torres de los maragatos están y nidifican las zancudas pero aquí, en el nuestro, al no ser un valle abierto no habitan, se quedan a nidificar en Quiroga y en esta quiroguesa aldea solamente viene triste y solitaria aquella cigüeña que perdió a su pareja.
Pero aunque el ferrocarril y las carreteras en su avance hayan dejado a la arriería en el olvido todavía sigue resistiendo alguno como al que yo, con aprecio, denomino el último maragato, ese vendedor ambulante que desde El Bierzo viene en su camioncito para aprovisionar de alimentos a las pocas gentes que vamos quedando en las aldeas. José, este es su nombre, viene un día a la semana y su “chiflo” es mucho más moderno, ya que es el claxon de su camión, esos otros caballos de motor. Seguro que cuando circula por estas pistas para llegar a las diferentes parroquias va cantando aunque su voz no resuene por estos valles.
Hace unos días le dije: “José, comprendo que desees jubilarte pero, cuando transcurra este año, el que te queda para disfrutar de esa merecida situación, nuestra aldea habrá dejado de ser visitada por el último somozano. Nos dejarás un gran vacío, debes buscar otro sustituto.”
Él me contestó: “Aquellos arrieros eran admirables, esa si que era una vida sacrificada., tardaban meses en volver a sus hogares y , además de vender productos o intercambiarlos, llevaban productos imperecederos: tradiciones, costumbres, historias, toda una riqueza que yo en mi camión nunca podré ofrecer.”
Me despedí de él hasta el próximo jueves. Al verle marchar en su automóvil pensé que él no tendrá que ver a su carro atrancado al querer vadear un arroyo o sacrificar su caballería porque rompió una pata en su caminar. José lleva un móvil como compañero que en caso de cualquier impedimento pide ayuda y su familia está siempre en comunicación con él mientras que aquellos, los somozanos del ayer, solamente contaban con su voz y una navaja que ellos llevaban para cortar el pan y un taco de queso o jamón; fiel compañera para en caso de peligro blandirla haciendo brillar su hoja ante la Luna y, si la noche es oscura encender un pequeño farol para que los lobos que siempre merodean por los caminos se aparten y alejen.
En las riberas del Sil por mucho que nieve nunca cubrirá las huellas del maragato, ni el eco de su potente voz dejará de resonar en estos recónditos valles.
Que los niños del mañana no olviden que muchos llevan en sus venas sangre maragata pues el brazo de esa comarca es tan largo que hacia Galicia siempre está abierto y tendido y fueron muchas las familias que se formaron con personas de allí y de este sur lucense.
Ellos fueron porteadores de algo más que productos de consumo alimenticio o cacharrería, lo fueron de tradiciones que superan barreras geográficas porque gentes como ellos son los que engrandecen a los pueblos llevando y trayendo los bienes culturales, hermanando las gentes y engrandeciendo el patrimonio.
Que no queden en el olvido gentes tan especiales como los pobladores de la comarca donde los romanos sacaron ingentes cantidades de oro pero Roma no se pudo llevar la esencia y grandeza del pueblo maragato.