Ricardo Segundo López Méndez

Escultor e profesor

La propina de D. Tomás

Mi querido y, buen amigo Julio, me requiere para historiar, creo que es la justa palabra para reseñar una minúscula parte de la gran historia maragata, bien compendiada en una familia lucense de honda huella y, por todos conocida. Digo por todos, sin faltar a la exactitud que tal expresión encierra. Porque, quién no se ha percatado de la existencia centenaria, del comercio -San Pedro 66, Lugo-, que habiendo sido buque insignia de todo despacho de “arriería”, sigue hoy como blasón de significado comercial. Pero, vayamos al meollo del enunciado que hoy me ocupa.

Transcurrían los años 50, cuando mi padre, guarnicionero de oficio, complementaba sus quehaceres ordinarios de labor, tales como confección de todo tipo de arreos, aparejos y ornatos caballeriles guarnicioneros: monturas tipo galápago, camperas, de paseo, etc. Cabezadas, riendas, pechopetrales, estribos, baticolas, cinchas, atafales, barrigueras, sillines, y un sinfín de complementos de cueros y badanas…

Digo, suplementaba su pequeño comercio, con accesorios varios, procedentes del comercio de D. Tomás Pérez Carro -Lugo 1895-. Lucense de arranque, podríamos mentarle. Su padre, había comenzado “in situ”, como proveedor de jamones y carnes saladas.

Agradable sorpresa he recibido, al comprobar cómo en la actualidad, Dª Carmen Pérez Carro -actual propietaria, e hija de D. Tomás-, me brinda la oportunidad de aquella evocación infantil, al mostrarme lo que yo, a mis 10 años iba a buscar, cuando el Sr. Pepe -Pepiño, para la familia-, no podía acarrear por diversas causas, lo adquirido previamente por mi progenitor.

Útiles como: cayadas, ventriles de esparto, alforjas de recia tela, berrendos, loros, apeares, mantillas, espuelas, trabas, cuerdas piolas de esparto, agujas, hilos de cáñamo, etc.

Interior

 

Pues bien. Qué alegría, al percibir mi pequeña soldada de una peseta o, dos, si el bulto en cuestión, era de mayor tamaño…Y, a veces con frecuencia varia, acompañadas de sabrosos caramelos.

Era, mi caudal acumulativo que, para ciertas ocasiones, contribuía a paliar mis deseos y anhelos de infantil complacencia.

¡Ay! cuánto ansiaba ser reclamado por mi progenitor para el dicho transporte. Eso sí, recuerdo con cierta definida evocación, el traslado de la brazada de cayadas. Al fin, para mi edad, no era sino, un ejercicio de desarrollo muscular que, sin previo aviso, formaba parte del adiestramiento gimnástico voluntario…

Hablar de D. Tomás Pérez Carro, es hablar de una “leyenda”. Una divisa con la tradición del buen hacer en la historia lucense.  

Con frecuencia, mi padre, le nombraba como arquetipo de hombre bueno y honrado. Digno de confianza. Serio y fiel en los tratos mercantiles.

Y, qué decir del comercio en la actualidad? Pues, sencillamente, entre otros muchos artículos y manufacturas; el supermercado de la cordelería…

¡Señora, señor!, no pierda su tiempo; si no localiza allí su cuerda, bramante o cinta; no se moleste. No los hallará en ningún otro lugar.