Arriero… el maragato
Tengo como apellido paterno el gentilicio Astorgano. Así es, que la tierra maragata no me resultó nunca desconocida. Los recuerdos de infancia en la tierra de Somoza (Luyego de Somoza) irán conmigo allá donde vaya.
Resultó fácil para mi establecer la diferencia entre aquella tierra maragata y ésta dónde habito, por su color rojo, sus llanuras, el frío seco y su calor abrasador en verano, sus aromas a paja, a ovejas y queso, sus pueblos de casas apiñadas, las maderas coloristas de sus ventanas y puertas, los acentos de sus gentes o el sonido de sus rebaños, y además la alegría que suponía cuando mi padre anunciaba: ¡Vamos a Castilla en Semana Santa!
Así pues, desde mi infancia pude establecer aquellas diferencias visuales, pero muchas otras sensoriales, aquellas que hoy, con una edad ciertamente adulta me acompañan. Los largos viajes a la maragatería sin dudarlo harían su magia en mí, y si lo pienso, seguramente tendrían mucho que ver con el amor que siento hacia el estudio de la etnografía, artesanía, pintura y ¡cómo no!, la indumentaria, las tradiciones y el folclore de cada tierra.
Collarada maragata
Siendo bien pequeña, cuando manoseábamos las fotografía familiares, aún en blanco y negro, del cajón de aquella coqueta podía ver en algunas de ellas a mi madre y más mujeres vestidas de unas maneras tremendas, que a los ojos de una cría curiosa quedaban fijadas como fuego en sus pupilas. Logrando por fin hasta no hace mucho la adquisición de uno de aquellos trajes así que, aún hoy me pregunto cuánto de aquello vivido hizo que me inclinara después al estudio y al querer saber de lo tradicional, lo de cualquier lugar, pero sobretodo de las tradiciones castellanas y gallegas, pues, son las que practico y forman parte de mi vida.
Vivo de siempre en la ciudad de Lugo, y para llegar al centro urbano, paso como pasé siempre por delante de un local que para mi nunca fue desconocido: El Maragato. Siendo pequeña pude ver la sintonía que existía entre mi padre y las gentes que regentaban tal negocio y establecía la conexión con aquella parte de la familia maragata. Con los años, lejos de apartarme de este local, seguí contando con sus materiales y sus propietarios pues eran necesarios para mis quehaceres artesanos, y es así, como de siempre conocí a doña Carmen Pérez Carro, y hace ya no sé cuánto, establecí con ella una conexión mayor, por sus productos pero también su conocimiento.
Es Xulio Giz quien me invita a participar en esta publicación, aportando mi valoración personal sobre esta mujer y su establecimiento, y no me resulta fácil pero tampoco difícil: ¿Quién es para mi Carmen?...Una mujer fuerte en apariencia, conocedora de su negocio, amante de la conversación sosegada y siempre curiosa de saber y aprender, pero ante todo maestra de muchos discípulos que fuimos pasando por allí, posiblemente sin ella saberlo.
Resulta que no vas a comprar un cordón o una cuerda de esparto o nylon, vas a contarle qué quieres hacer, cómo vas a emplear esos metros, cuál sí y cuál no te va a ser más efectivo para tu telar, tu cestería, tu macramé o tu tapiz, antes de salir ya tienes que desgranar tu idea para que doña Carmen sepa cuál va a ser el ideal para tu obra. No te está vendiendo una cuerda, cordón, tireta o hilo, está proporcionándote mucho más, ella siente esos metros como materia prima viva de un arte, el que vas a crear tú.
Ante su mostrador no es extraño sentir que tal ovillo no te lo puede vender, pues era el único que le quedaba y de esa calidad ya no puede reponer ¡Así!, y es que, ama y valora cada uno de los productos que tiene depositados en sus altas estanterías y cuánto más polvorientos estén, más los valorará ella, los cuida y cuesta verlos marchar, ¡así lo creo!
Pienso que aunque vemos una mujer con mucha fuerza en apariencia es mucho más una sentimental, amante de otros tiempos, amante de las calidades de las artesanías auténticas, conocedora de ser la representante de una familia, de una forma de negocio, que en otros tiempos tenían mucho más importancia para la vida diaria (eran necesarios).
Hoy, resulta curioso poder comprobar cómo para muchos El Maragato es un nido de conocimiento e interés. Nuestra sociedad, la que antes era principalmente de actividad campesina resulta ser hoy mucho más urbanita, pero no por ello, ignorante de los antiguos oficios, pues en esta sociedad actual se abre también un hueco grande para quienes vemos la cultura y la artesanía como la herencia de unos conocimientos que nos fueron transmitidos por aquellas gentes como Carmen.
Ella no precisa pasar el día en la Rúa San Pedro, pero seguramente necesita sentirse rodeada de su mercancía y su entorno. Son para ella recuerdos de una vida, la suya.
¿Qué es El Maragato para mí? Pues, un espacio casi museístico que transmite etnográficamente una historia de otro tiempo, dónde la vida transcurría a otra velocidad, dónde las tradiciones se transmitían de padres a hijos por necesidad, dónde no importaba tanto la belleza sino su funcionalidad y así veo a esta mujer, práctica con recursos, pensante, imaginativa y ensoñadora.
Está allí porque es de allí. Todo lo que ve ante sus ojos fue en algún momento colocado en su lugar, por ella o por alguien que aún mantiene los efectos en su recuerdo.
No vemos las carretas de los arrieros maragatos en la puerta, pero gracias a Carmen yo puedo percibir cada día que atravieso la puerta de su local, la colocación de los arrieros, como mi bisabuelo en su carreta y aún percibir los aromas del queso de oveja, del esparto y en definitiva de mi tierra maragata.
Sin duda quisiera poder ver este espacio ante mis ojos por siempre y aún sabiendo que nadie es eterno, sí que estoy segura que Carmen para quienes tenemos la gran suerte de conocerla, permanecerá en el recuerdo por siempre. Es y será La Maragata. Guía y comisaria de un espacio expositivo único e irrepetible. Museo de una vida, la de antes. Aquello que necesitaron muchos durante mucho tiempo en su forma de vida. Aquello que formaba parte de una forma de comercio que se conocía como arrieros, siempre Maragatos.
¡Dura diez vidas más tú y tu establecimiento maragato!, que sepan los jóvenes que no siempre se utilizó el plástico y el poliéster, que existían los sombreros de paja para proteger la cabeza del sol, que se trenzaba el esparto y duraba un vida, que los grosores de cuerda se contaban por cabos, el lino, el algodón, la lana, el cuero, la madera…
¡Peregrinos, artesanos de cien artes, hombres, mujeres, mirar...es Carmen, quién abre la persiana de El Maragato. Pregúntale, cuéntale, ella sabe!.
Gracias Carmen, por tanto. Gracias por existir. Es lo que yo diría hoy.